domingo, 11 de septiembre de 2011

ESCRITO BAR


Visión de cruce

Marisa tiene 17, echándose el último toque de pestañina, sonríe frente al espejo pues se siente grande. Es tal vez esta la última vez que utilizara su identificación falsa. Timbra su celular, es un número desconocido, duda por segundos en responder piensa que puede ser otra vez Sergio, el típico ex novio que no supera haberla dejado por Lisa, el otro personaje de esta “adultescente” historia de… No sé de qué, dejémoslo- historia- y usted señor lector al final de este par de paginas trilladas, le dirá al viento de que en realidad se trata este revoltijo propio de las mentes “adultescentes”.
Marisa se deja de cuentos, responde y  descansa pues la voz al otro lado es de Miguel, su nueva conquista… aunque  él no lo sabe, cree que son sólo amigos y que ella sabe a la perfección su condición sexual. Miguel, es de esos jóvenes gay que no se les nota la condición, mejor dicho que no parece, que no es una loca. Marisa le dice que está lista y minutos después, su nuevo prospecto está justo afuera de su casa, con reggaetón a todo volumen, rines y luces típicas de la época actual y uno que otro exceso de perfume barato. La protagonista sube al auto, Miguel saluda con un beso que lleva a Marisa a las nubes, pocos minutos después de atravesar la ciudad a 120Km-irresponsables- /hora, llegan a IDILIO. El bar de los padres de Sergio. Si, busquen de nuevo el nombre en el escrito, ríanse y les responderé. ¡SI! Sergio, Marisa va cada 8 días como buena inconsecuente adultescente al bar más caro de la ciudad, al bar propiedad de los padres de su ex. La calidad de ex nuera le da cierto trato agradable a la hora de pagar, tequila y guaro gratis dependiendo de lo borracha que ande la ex suegra y cajera del lugar. Así lleve un acompañante al que se le bese de vez en cuando en sus narices. Digamos que Edith es una cincuentona moderna, hermosa, medio promiscua y sobre todo algo desmemoriada después de un par de botellas en la cabeza, para ella alcohol y memoria no combinan nada bien. Sobre todo cuando el mesero de sus sueños le esta picando el ojo y tocando las nalgas por cada margarita pago.
Allí está, Sergio y sus amigos en la mesa el tercer ambiente de la disco, sentado en la terraza con vista al mar. El segundo ambiente más poblado esta noche, que donde está Sergio, está lleno de excursiones de jóvenes de ciudades vecinas que aprovechan el fin de semana para pasar un rato en el bar más sonado del momento. Marisa, baila y muerde limones justo en la cara de Miguel, dando un coqueteo que él ni identifica y ella malinterpretando sonrisas, carisias y besos que para él son sólo muestra de amistad y confidencia.                                                                                                   
Y justo en el sector de la entrada de algo más de 2 mil metros, entre balcones interiores y salones de muebles espesos; esta Lisa, la ex rival de Marisa, dándole los últimos consejos a Gina, la mejor amiga de Miguel y de la protagonista, que hace dos días no responde el celular ya que planea junto a su nueva “chula” conseguir clientes para poder comprar ese carro que la hace sentir miss universo cada que escucha su motor rugir. Todos en un solo lugar, como burlándose de su propia inteligencia. Como si no vivieran la ciudad de las rumbas, como si no existiesen moteles, salas de casa y parques para lo que cada uno esa noche haría  de frente.                                                                           
Pero nadie se daría cuanta, más que Mario… el curioso que soy yo. Sin interceptar líneas, tomar videos prohibidos, ni leer los labios; mis ojos ven detrás de las paredes  y completan historias detrás de poca información que me da el monitoreo.
El bar es tan grande, tanto como para que en toda la noche ninguna de estas historias se cruce. Tanto como para que esa noche Edith y el mesero tengan un tórrido momento de pasión y ni su marido en la oficina se dé cuenta. Tanto como para que Sergio y Marisa ni se vean. Y tanto como para que Lisa y Gina intenten de nuevo descubrir su sexualidad, vender sus cuerpos y de pronto encontrar algo para rellenar esta historia.
Pasan las horas y Marisa promete llevarse a Miguel a la cama o al baño, o al mueble que tiene fichado en frente desde hace 3 canciones.                                                                                                       Sergio lleva ya varios días pensado que lo peor que pudo hacer fue dejar a Marisa, y mientras toma unos tragos con sus amigos intenta disimular que en lo que piensa es en la sonrisa de la dueña de la historia, en sus piernas bailando reggaetón y en lo bonita que se ve con los vestidos artesanales que compraban juntos en el pueblo indígena al que iban cada domingo después de pasar la resaca del sábado de Idilio anterior.                                                                                                              Edith y Gustavo, el mesero de la zona sur del bar, hace 2 minutos que están en la bodega, uno que otro movimiento de caderas y Gustavo accederá de una al puesto de Barman con el que ha soñado desde que vio la posibilidad de tomar uno que otro licor sin que nadie se dé cuenta de su robo y problema con el alcohol, y también lo suficiente para pagar las pelucas de su madre que hace unos meses padece de caída del cabello por varias quimioterapias que la tienen al borde de la muerte. Sin importar su condición, pues ser homosexual y mantener una relación con Miguel,- sí el mismo Miguel que en este momento brinda con Marisa mientras ella se ilusiona cada vez más-  en la universidad, no es impedimento para agarrarse a la patrona de vez en cuando. 
Marisa ya esta borracha, esta vez no tomo las dos cucharadas de aceite de cocina para no emborracharse. Su vestido rojo licrado ya está cubierto de sudor por bailar, sus estrechas caderas ya no aguatan ni un movimiento más, su largo y planchado pelo negro que contrasta con lo blanca de su piel ya está recogido y desordenado en la típica cebolla post-rumba. Miguel, la cuida como un hermano, mientras la música baja de volumen y la gente empieza a salir. La toma como bebe, la lleva a su carro pues ya la noche ha terminado para ellos.                                                                            Edith y Gustavo, en la bodega y justo encima de la caja de ron se consienten uno al otro como dándole ese toque romántico que le falto al sexo brutal y rápido que acaban de tener.                                                                                                                Sergio, se toma su última cerveza y deja escapar una que otra lagrima mientras lee mensajes de texto  de varios meses de antigüedad, con los que Marisa confesaba su amor eterno.                                                                                              Rodolfo, papá de Sergio busca desesperadamente a los gringos que no han llegado para su cita con las amigas de su hijo. Gina y Lisa, han fumado casi 3 cajetillas de cigarrillo y de los nervios no paran de ir al baño. Sus solucionadores no llegan, la noche está por terminar y el padre de su amigo tiene el poder de su reputación entre manos. Eso último en realidad es lo que menos les importa…
En el carro, Marisa está siendo llevada al apartamento de Miguel como mejor solución para pasar la borrachera. Mientras maneja Miguel y algo de rock mexicano en el ambiente, Marisa deja escapar uno que otro pensamiento por su voz. Entre grupos en la calle preparados para pasar el resto de la noche, vendedores de comidas rápidas, semáforos dañados; Miguel  escucha la información soltada por su amiga que lo deja tieso y lo hace cambiar la cama que siempre compartían sin problema en noches como esta, al sofá de su aparta-estudio, dañando tal vez la relación que él más valoraba después de la que tenía con el amor de su vida el nuevo Barman de IDILIO, Gustavo.                                                                                                                                                       Rodolfo llama desesperadamente a los gringos quienes al final pierden la cita, Gina ha recibido tal vez una señal divina, sin embargo la próxima vez que escuche rugir un BMW mientras baja del bus todas las mañanas, llamará a Lisa y se citara de nuevo con Rodolfo y sus amigos.                                                                                                                                                                    Edith, se va a su casa feliz y complacida después de haber hecho lo que Rodolfo le niega desde que sale con Lisa…Si, la ex de su hijo.                                                                                                                      Sergio, toma su carro rugidor a todo lo que le de la velocidad, queriéndose estrellar contra su conciencia, queriéndose morir para ver si así Marisa lo visita los domingos y se deja comprar vestidos artesanales en el cementerio. Mientras piensa en ella,  se pasa un semáforo descompuesto, choca brutalmente con un taxi que lleva unos gringos que van tarde a una cita, ambos carros salen despedidos por la fuerza del mismo motor que hace pecar a Gina.                                                                   
Y yo, sentado esperando que mi turno acabe y craneándome la táctica para seducir a Edith, la patrona y madre de mi compañero de clases, para que por fin me cambie de supervisor de cámaras de seguridad de este bar y me ponga así sea de hombre seguridad en la entrada principal o cualquier otra cosa que me permita una mejor visión, una más cercana a Marisa, la imagen de mis sueños, mi visión de cruce.


Nicolás Ochoa Uribe.

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