Visión de cruce
Marisa
tiene 17, echándose el último toque de pestañina, sonríe frente al espejo pues
se siente grande. Es tal vez esta la última vez que utilizara su identificación
falsa. Timbra su celular, es un número desconocido, duda por segundos en
responder piensa que puede ser otra vez Sergio, el típico ex novio que no supera
haberla dejado por Lisa, el otro personaje de esta “adultescente” historia de…
No sé de qué, dejémoslo- historia- y usted señor lector al final de este par de
paginas trilladas, le dirá al viento de que en realidad se trata este revoltijo
propio de las mentes “adultescentes”.
Marisa
se deja de cuentos, responde y descansa
pues la voz al otro lado es de Miguel, su nueva conquista… aunque él no lo sabe, cree que son sólo amigos y que
ella sabe a la perfección su condición sexual. Miguel, es de esos jóvenes gay
que no se les nota la condición, mejor dicho que no parece, que no es una loca.
Marisa le dice que está lista y minutos después, su nuevo prospecto está justo
afuera de su casa, con reggaetón a todo volumen, rines y luces típicas de la
época actual y uno que otro exceso de perfume barato. La protagonista sube al
auto, Miguel saluda con un beso que lleva a Marisa a las nubes, pocos minutos
después de atravesar la ciudad a 120Km-irresponsables- /hora, llegan a IDILIO. El bar de los padres de Sergio.
Si, busquen de nuevo el nombre en el escrito, ríanse y les responderé. ¡SI!
Sergio, Marisa va cada 8 días como buena inconsecuente adultescente al bar más
caro de la ciudad, al bar propiedad de los padres de su ex. La calidad de ex
nuera le da cierto trato agradable a la hora de pagar, tequila y guaro gratis
dependiendo de lo borracha que ande la ex suegra y cajera del lugar. Así lleve
un acompañante al que se le bese de vez en cuando en sus narices. Digamos que
Edith es una cincuentona moderna, hermosa, medio promiscua y sobre todo algo
desmemoriada después de un par de botellas en la cabeza, para ella alcohol y
memoria no combinan nada bien. Sobre todo cuando el mesero de sus sueños le
esta picando el ojo y tocando las nalgas por cada margarita pago.
Allí
está, Sergio y sus amigos en la mesa el tercer ambiente de la disco, sentado en
la terraza con vista al mar. El segundo ambiente más poblado esta noche, que
donde está Sergio, está lleno de excursiones de jóvenes de ciudades vecinas que
aprovechan el fin de semana para pasar un rato en el bar más sonado del
momento. Marisa, baila y muerde limones justo en la cara de Miguel, dando un
coqueteo que él ni identifica y ella malinterpretando sonrisas, carisias y
besos que para él son sólo muestra de amistad y confidencia.
Y
justo en el sector de la entrada de algo más de 2 mil metros, entre balcones
interiores y salones de muebles espesos; esta Lisa, la ex rival de Marisa,
dándole los últimos consejos a Gina, la mejor amiga de Miguel y de la
protagonista, que hace dos días no responde el celular ya que planea junto a su
nueva “chula” conseguir clientes para poder comprar ese carro que la hace sentir
miss universo cada que escucha su motor rugir. Todos en un solo lugar, como
burlándose de su propia inteligencia. Como si no vivieran la ciudad de las
rumbas, como si no existiesen moteles, salas de casa y parques para lo que cada
uno esa noche haría de frente.
Pero
nadie se daría cuanta, más que Mario… el curioso que soy yo. Sin interceptar
líneas, tomar videos prohibidos, ni leer los labios; mis ojos ven detrás de las
paredes y completan historias detrás de
poca información que me da el monitoreo.
El
bar es tan grande, tanto como para que en toda la noche ninguna de estas
historias se cruce. Tanto como para que esa noche Edith y el mesero tengan un
tórrido momento de pasión y ni su marido en la oficina se dé cuenta. Tanto como
para que Sergio y Marisa ni se vean. Y tanto como para que Lisa y Gina intenten
de nuevo descubrir su sexualidad, vender sus cuerpos y de pronto encontrar algo
para rellenar esta historia.
Pasan
las horas y Marisa promete llevarse a Miguel a la cama o al baño, o al mueble
que tiene fichado en frente desde hace 3 canciones. Sergio
lleva ya varios días pensado que lo peor que pudo hacer fue dejar a Marisa, y
mientras toma unos tragos con sus amigos intenta disimular que en lo que piensa
es en la sonrisa de la dueña de la historia, en sus piernas bailando reggaetón
y en lo bonita que se ve con los vestidos artesanales que compraban juntos en
el pueblo indígena al que iban cada domingo después de pasar la resaca del
sábado de Idilio anterior. Edith
y Gustavo, el mesero de la zona sur del bar, hace 2 minutos que están en la
bodega, uno que otro movimiento de caderas y Gustavo accederá de una al puesto
de Barman con el que ha soñado desde
que vio la posibilidad de tomar uno que otro licor sin que nadie se dé cuenta
de su robo y problema con el alcohol, y también lo suficiente para pagar las
pelucas de su madre que hace unos meses padece de caída del cabello por varias
quimioterapias que la tienen al borde de la muerte. Sin importar su condición,
pues ser homosexual y mantener una relación con Miguel,- sí el mismo Miguel que
en este momento brinda con Marisa mientras ella se ilusiona cada vez más- en la universidad, no es impedimento para
agarrarse a la patrona de vez en cuando.
Marisa
ya esta borracha, esta vez no tomo las dos cucharadas de aceite de cocina para
no emborracharse. Su vestido rojo licrado ya está cubierto de sudor por bailar,
sus estrechas caderas ya no aguatan ni un movimiento más, su largo y planchado
pelo negro que contrasta con lo blanca de su piel ya está recogido y
desordenado en la típica cebolla post-rumba. Miguel, la cuida como un hermano,
mientras la música baja de volumen y la gente empieza a salir. La toma como
bebe, la lleva a su carro pues ya la noche ha terminado para ellos.
Edith y Gustavo, en la bodega y justo encima de la caja de ron se
consienten uno al otro como dándole ese toque romántico que le falto al sexo
brutal y rápido que acaban de tener. Sergio,
se toma su última cerveza y deja escapar una que otra lagrima mientras lee
mensajes de texto de varios meses de
antigüedad, con los que Marisa confesaba su amor eterno. Rodolfo,
papá de Sergio busca desesperadamente a los gringos que no han llegado para su
cita con las amigas de su hijo. Gina y Lisa, han fumado casi 3 cajetillas de
cigarrillo y de los nervios no paran de ir al baño. Sus solucionadores no
llegan, la noche está por terminar y el padre de su amigo tiene el poder de su
reputación entre manos. Eso último en realidad es lo que menos les importa…
En
el carro, Marisa está siendo llevada al apartamento de Miguel como mejor
solución para pasar la borrachera. Mientras maneja Miguel y algo de rock
mexicano en el ambiente, Marisa deja escapar uno que otro pensamiento por su
voz. Entre grupos en la calle preparados para pasar el resto de la noche,
vendedores de comidas rápidas, semáforos dañados; Miguel escucha la información soltada por su amiga
que lo deja tieso y lo hace cambiar la cama que siempre compartían sin problema
en noches como esta, al sofá de su aparta-estudio, dañando tal vez la relación
que él más valoraba después de la que tenía con el amor de su vida el nuevo Barman de IDILIO, Gustavo. Rodolfo
llama desesperadamente a los gringos quienes al final pierden la cita, Gina ha
recibido tal vez una señal divina, sin embargo la próxima vez que escuche rugir
un BMW mientras baja del bus todas las mañanas, llamará a Lisa y se citara de
nuevo con Rodolfo y sus amigos.
Edith, se va a su casa feliz y complacida después de haber hecho lo que
Rodolfo le niega desde que sale con Lisa…Si, la ex de su hijo.
Sergio, toma su carro rugidor a todo lo que le de la velocidad,
queriéndose estrellar contra su conciencia, queriéndose morir para ver si así
Marisa lo visita los domingos y se deja comprar vestidos artesanales en el
cementerio. Mientras piensa en ella, se
pasa un semáforo descompuesto, choca brutalmente con un taxi que lleva unos
gringos que van tarde a una cita, ambos carros salen despedidos por la fuerza
del mismo motor que hace pecar a Gina.
Y
yo, sentado esperando que mi turno acabe y craneándome la táctica para seducir
a Edith, la patrona y madre de mi compañero de clases, para que por fin me
cambie de supervisor de cámaras de seguridad de este bar y me ponga así sea de hombre
seguridad en la entrada principal o cualquier otra cosa que me permita una
mejor visión, una más cercana a Marisa, la imagen de mis sueños, mi visión de
cruce.
Nicolás
Ochoa Uribe.
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