Cuando
entré al bar, vi que bailaban suavemente, como si la música los moviera en un
compás en el que no tienen que hacer ni el más mínimo esfuerzo para
sincronizarse, se entendían. Ya desde mi mesa vi que al acabarse la canción,
cada uno tomo por su lado y como un par de desconocidos rompieron esa conexión
que habían logrado generar. Cada uno en una mesa diferente, con acompañantes
diferentes, con actitudes diferentes.
Yo, sola en
una mesa, esperando que más gente se haga notar y participe en lo que será mi
próxima historia, pero al parecer ya encontré a los protagonistas, el se toma
una cerveza y no le quita la mirada de encima a ella que está en la otra mesa y
que de vez en cuando establece contacto visual con su reciente pareja de baile.
El lugar es
pequeño, no hay mucha gente esta noche, la música es agradable.
No hubo
movimiento extra que el que nosotros generábamos, nadie más entró al lugar esa
noche...en una de mis idas al baño, me encontré con ella mientras nos lavábamos
las manos, no era la mujer más bonita, pero tenía un brillo en los ojos y una
sonrisa que invitaba a sonreír, era obvio el porqué el chico de la otra mesa se
había fijado en ella.
Transcurrió
la noche y nada más pasaba entre los extraños, hasta que ella se levantó a la barra, aparentemente
a pedir algo, ese fue el momento en el que todo cambió, pues él chico se
levantó tras ella y se paró al lado de la barra a hablarle, se sentaron y se
quedaron allí mucho rato, yo como observadora pensaba que al fin había avanzado
la historia, estaba agradecida, de hecho esperaba algo más, cuando los dos se
separaron nuevamente y se sentaron cada uno en su mesa, a los pocos minutos
ella y sus acompañantes se retiraron del lugar, el chico la siguió con la
mirada y solo pudieron despedirse con un pequeño movimiento de manos.
Ahí me
volví a quedar yo, mirando cómo se disolvía otra historia de esas que nacen y
mueren en una noche.
Por, Raquel Rodríguez
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