domingo, 11 de septiembre de 2011

"AMORES PERROS"


Barrio: Santa Teresa. Calle: La Divina facultad. Casa: Donde el Esteban y la Marcela. Hora: 1 am. La algarabía, la música ranchera, los vallenatos, los eructos de hombres absoluta y ridículamente ebrios eran los acompañantes sonoros de los grillos que se ocultaban en las matas del  patio trasero. Era lunes, pero el combo ya llevaba todo el fin de semana en una completa deba debido al cumpleaños de muerto de Mister Kiosko, el maloso del barrio Santa Teresa que habían matado hace un año los del otro lado de la frontera: los del Barrio “El bar Colombo”. La casa del Esteban y La Marcela era la única ocupada de un edificio de tres pisos cuya fachada estaba forrada de cemento; el piso era de cerámica color vino tinto generalmente contrastado con el amarillo verdoso de los vomitivos restos de  cerveza, cigarrillo, marihuana, perico, ron y sexo.  Esteban no lo sabía, pero de vez en cuando ese piso vino tinto contrastaba con el blancuzco semen de Josué, al amante ocasional de Marcela al que no le importaba penetrar a la mujer de su amigo y a la noche siguiente abrazarlo en medio de una traba o de su cena de cal con coca. En realidad Esteban hacía lo mismo con el de la tienda de la esquina pues a pesar de que le fiaba la comida diaria, los sábados en la mañana, que era cuando el viejo se iba a surtir, Esteban se le comía la esposa, se la saboreaba, se la volteaba, y se la fiaba en secreto. La bajada de Mister  Kiosko le había dado muy duro a todo el combo de la Divina Facultad; una llamada de la chancera les dio aviso en medio de otra noche de beba y baile, de yerba y trinis, de aspire y transpire. Marcela, que fue la que contestó, no quería decirle a nadie, en un solo momento sintió que por su esófago subieron las diez botellas de cerveza que ya se había zampado pero en realidad no fue sólo cerveza sino también el dolor por haber perdido a quien ella de verdad quería, a quien ella estaba dispuesta a aguantarle golpes y vueltas raras, con quien quería compartir anillos (así fueran de lata), a quien le conocía los muchos vicios y las escondidas virtudes. “Tiquetes de amor” de los K Morales sonaba por cuarta vez en el equipo de sonido que tenía el volumen máximo. Josué no pensaba esta vez en el próximo polvo que tendría con Marcela (cosa que hacia siempre que la veía), esta  vez pensaba en el retraso de media hora que llevaban los demás parceros del combo en aparecer: Morcilla, El Grande, el Paraguayo, Casillero, El Millo, La Guagua, todos los manes con los que se mantenía después de haber dejado el colegio, amigos de beba y droga, mujeres y calle. Barrio: Santa Teresa. Calle: La Divina facultad. Casa: Donde el Esteban y la Marcela. Hora: 3.30 am. Los parceros seguían sin aparecer, los presentes ya estaban hipertostados y en el equipo sonaba a media potencia, por quita vez, “Tiquetes de amor” de los K Morales.




Oscar Eduardo Rendón Cardona 

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