El día no
iba bien, la semana no había empezado de la mejor manera, las actividades se
sumaban una tras otra, los trabajos y los profesores parecían no estar de nuestro
lado, del lado de los estudiantes. Yo sólo pensaba en la mejor forma para
optimizar el tiempo, sacármelo de donde no existía, contaba cada segundo libre
para adelantar, sin embargo sabía que ese día, al igual que los 3 días
anteriores, lo que iba a dormir era casi nada.
Después de
un almuerzo tipo Fórmula 1, llegó el momento de ir a clase, eran las 2pm, yo me
mentalizaba para 4 horas de Lenguaje y Creatividad, pero a decir verdad, sólo
iba a asistir a media clase, no tenía otra opción.
Al llegar al salón nos cogió por sorpresa el
anuncio de que la clase se iba a dar en otro lugar; pero no era otro salón, era
al otro lado de la ciudad, íbamos a asistir a la Fiesta del Libro y la Cultura.
En mi cabeza sólo rondaban los interminables
trabajos y responsabilidades que parecía que nunca iban a terminar, el
cierre de notas del 20% me agobiaban, todo parecía ser un caos. “Para el Jardín
Botánico muchachos, allá nos vemos”, esas fueron las palabras de Josué al salir
del salón; a mi me provocaba coger para
otra parte, aprovechar ese tiempo para
otras materias, cualquier minuto que pudiera sacarle a la tarde me serviría
enormemente. Después de meditarlo unos cuantos minutos, me dispuse con otros 3 compañeros para dirigirnos a la
dichosa Fiesta de la cual no quería ser invitado, Fiesta a la cual nunca había
asistido y si no fuera por la presión de la toma de asistencia y la asignación
de una actividad en ese lugar, muy seguramente no hubiera ido.
Comenzó el
viaje, cerré los ojos, volví a abrirlos y ya me encontraba en el Jardín
Botánico, todo el camino dormí, pero parecieron 30 segundos de recorrido, el
agotamiento era abrumador, caminaba gracias a una energía divina que no
permitía que me fuera a dar de bruces con el suelo. Yo necesitaba que el
profesor nos viera, que se diera cuenta que habíamos asistido al evento. Realmente,
no estaba en el lugar con la disposición indicada, todo me parecía atacado, los
personajes que deambulaban por el lugar me acrecentaban el mal humor, deseaba
teletransportarme al lugar donde necesitaba estar, la Universidad. Mientras
caminaba y caminaba, viendo sin observar, hice un alto en el camino, un libro
relució, sentí que me había llamado, que había estado esperando por mí durante
toda la Fiesta, ese libro pedía a gritos, o mejor dicho, a letras, que lo
sacara de donde estaba, que lo ojeara, lo oliera, lo tocara, lo sintiera, lo
viviera. ¿Qué podría ser más importante en ese momento que poder tener en mis
manos toda una colección de libros sobre diseño? El sueño, las ganas de dormir,
los trabajos pendientes, todo eso se fue pa´l carajo, yo estaba teniendo una
cita con uno de mis amores, el diseño.
Fuentes
tipográficas, ilustraciones, rayas, círculos, logos, fotos, poco texto, mucho
contenido; eso era lo que necesitaba, algo que me sacara de la situación en la
que estaba. Phillipe Stark, a través de su biografía dio inicio a ese
encantamiento que cada vez se hacía más fuerte; sus creaciones, sus edificios,
sus exprimidores, sus bocetos, todo era digno de total admiración, ese hombre
en algún momento revolucionó la concepción de “diseñar” junto a otros tantos
colegas, que se encargaron de darle un cambio a lo que venía siendo rutinario y
aburrido. Formas orgánicas y poco detalle, sin descuidar la intensión de la
pieza, era simplemente magnífico.
Sin
sentirlo, pasaron cerca de 50 minutos, yo estaba literalmente, embobado, me sentía
como un niño en una juguetería, quería todos los libros de publicidad y diseño
para mí. Hasta hice cuentas mentales de materia económica, esculqué los
rincones de la billetera, cualquier centavo era bienvenido. Cuando pensé tener
la suma necesaria, hice la pregunta del millón: “¿cuánto cuesta este libro?” Todo
se silenció a mi alrededor, esperaba con ansias una respuesta alentadora, que
me terminara de alegrar el día, ese día que había iniciado tan mal. “Si señor,
ese libro cuesta doscientos cincuenta mil pesos”, no dije nada, casi me trago
la lengua, los ojos se me quería estallar, esa cifra superaba mi presupuesto y lo
hacía ver como una insignificancia, me aterrizó.
Viendo la
hora, vuelvo a entrar en preocupaciones, mi cabeza se llena otra vez de mil
pensamientos debido a las entregas. Todo volvió a la terrible normalidad.
Fue
increíble ver cómo un simple libro, un montonsito de hojas, una sobre otra,
pueden generar en una persona una reacción emocional tan profunda, sacándolo de
la realidad, sin importar cuál sea ésta; un libro no necesita ser buscado, el
libro busca al lector, entre ellos se crea esa conexión, tal como me sucedió.
Por: Carlos Quintero F.