Feria Del Libro Estefania Marulanda
Monólogo
La
madera de mi techo suena, resuena, tajante, silenciosa y estruendosamente
corroída, por lo años, por el viento, por la polilla, pareciera que lamieran
cada pedazo y que de repente cayera en mi rostro un trozo de madera muerta y de
alas transparentes. La luz de la calle colorea las botellas, las miro y me
distraigo en su reflejo anaranjado, en la oscuridad puedo ver las ramas
florecidas de un árbol cualquiera y de nuevo la luz, mezclándose con el humo.
Ya el árbol no tiene ni ramas, ni moho. Las luces de colores se transportan
indicando el acontecer humano y el aire plagado, y la luz intensa, y la lluvia,
menuda. La velocidad física, metafísica, mas colores. Ayer busque a Darío Lemos
en la feria del libro, lo busque sin encontrarlo, incesante, casi nadie lo conocía,
pero yo quería leerlo. Conocí al hamaquero, un hombre de barba blanca que lo conoció
en su juventud, en sus años buenos y muertos, hable con el algunas horas y me
conto muchas historias. Días después encontré a Darío en la Biblioteca Publica
Piloto, en un rinconcito, una sola edición del 89 ya curtida y poco leída. A
veces miro a Darío, y lo leo y me
deleito infantilmente en sus letras podridas, en sus maldiciones, en la
gusanera que se lo comió en vida y lo devoró en muerte. En su nada, en su ismo,
en su mierda. En su ego. En sus noches de luna aguja, su traba infinita y en su
deseo incesante de morir. Luego pienso en el mundo, en mi vida tranquila y
amañada, y soy feliz. Ya viene la humedad, el olor a ropa mojada, los vidrios
empañados, los alientos sumidos en uno solo. Y yo aquí, soledad suprema,
interrumpe el olor a pasto mojado y el sonido de las volquetas a lo lejos,
pocas gentes, y el licor frio, helado, pasa por mi garganta seca. No conozco a
nadie ni me interesa hacerlo, primero necesito conocerme. A veces, pocas,
siento que estoy conmigo, pero de momento salto a la realidad y estoy aquí de
nuevo. En el olvido tengo algunos recuerdos
de mi niñez, absurdos algunos como sueños abiertos de sangre podrida, otros
tranquilos y los últimos los tengo completamente olvidados. En esta ciudad ya
no hay calles, ya no hay niños ni madres tristes, ya no hay vidas ajenas.
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