Vio su reloj que, justamente, marcaba las 8 en
punto y en ese momento el sonido de un tren, en su cabeza, le avisaba que era
la hora de partir, cuando iba a moverse por si misma para iniciar la travesía, sintió
que le tomaron la mano y un beso suave en los labios hizo que la refrescara el
alivio de saber que no estaba sola.
Subieron unas escaleras, lo primero (y lo
único) que avistó fue una cama, que como un gran vagón la esperaba para
llevarla a su destino, ella lo sabía. No tuvo tiempo de pensar mucho al
respecto, cuando volvió a abrir los ojos ya estaba debajo de ese acompañante,
quien entre besos, cuidadosamente, le desabotonaba la camisa, no opuso
resistencia. Ella quería viajar y estaba decidida a hacerlo.
A medida que aumentaba el roce de sus cuerpos,
con movimientos netamente intuitivos que ella no sabía, podía, ni quería
controlar, sentía como aumentaban las ganas de arrancarle -a besos- los
carnosos y delineados labios a su acompañante, con las manos recorría su
espalda, como queriendo que la piel le quedase grabada en las huellas digitales
y sus piernas abrazaban su cintura apresándolo entre ellas, como quien asegura
un botín o la comida.
Nadie sabe cuánto tiempo pasaron en ese juego,
pero fue justo después de un beso tan diferente a todos los otros que generó un
estallido de pasión tan fuerte, que terminaron de quitarse la ropa, esta vez
con menos cuidado, casi se la arrancan, ambos se movían desde el deseo, a
leguas se les notaban las ganas restregarse la piel. Rápido, estaban apurados
por sentirse mutuamente.
Después de esto solo pasaron algunos segundos para
que ella se sintiera invadida en la profundidad de su sexo, lo que desató en
fuerza antes desconocida, que la hizo sentirse fuera del mando de su cuerpo.
Dejó de pensar cada movimiento. Ya no eran besos lo que le daba a los labios de
su amante, ahora lo mordía suavemente como queriendo expresar con la parte
superior de su cuerpo lo que estaba sintiendo en la parte inferior, ya los
mordiscos no solo atacaban los labios, ahora le mordía el cuello suave, pero de
manera firme y intermitentemente, ya sus manos no tenían ese afán de recordar
la otra piel, ahora querían arrancarla y tenerla siempre; y en esos movimientos
de vaivén repetitivos que aumentaban progresivamente, sintió como ascendió a
otro nivel, y vio, con los ojos cerrados, que la estación a su destino se acercaba.
Ella quiso llegar y mantenerse allí, lo primero lo logró, sintió la
satisfacción de haber conocido lo desconocido, pero cuando intentó mantenerse,
lo único que tuvo fue un descenso sin freno y del que no pudo sostener, ni
agarrar, ni guardarse nada para si misma, solo el otro cuerpo que ahora caía
tendido sobre ella.
Por: Raquel Rodríguez
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