Un bar.
Música, risas, rumores, miradas, baile, tacto, todo lo que
se puede hacer sentir y probar estaba predestinado esa noche. Primero uno,
luego otro y así hasta perder la cuenta y la conciencia. La noche estaba fría, había
llovido toda la tarde y la luna que se iluminaba media por el sol se escondía
entre las nubes que se movían lentamente por el movimiento de la tierra. Al
llegar el lugar estaba solo parecía que iba a ser una noche fatal. nos sentamos
reparando cada rincón, cada mesa, cada rostro que iba llegando con cara de
querer mas que una cerveza, y cada acción que desprendía una reacción en cadena
por todo el lugar. Música, baile, risas, el ambiente se calentaba a medida que
la noche maduraba, la energía dispersa pero constante nos envolvía cada ves mas
en las palabras que salían de nuestras bocas y que se reflejaban en los ojos
como parlantes atentos a cualquier indicio de deseo. Jugábamos a la retentiva,
nos preguntábamos por los cuadros abstractos pegados por todo el lugar,
¿cuantos? siete respondí, ¿meseros? 3 dijo, ¿mujeres? Decentes una, ¿mesas? Mas
de quince menos de veinte, ¿bailamos? Bailemos. Los tragos comenzaban su tarea
y la noche seguía madurando, igual que el deseo de tenernos, las luces que cada
vez se tornaban mas opacas eran las que indicaban que nuestras copas estaban
vacías. Todo parecía ir de maravilla, el barman ponía los temas desde el
computador y el baño de hombres todavía no olía a miaos. Gente entraba y salía
cada minuto hasta que entro esa energía, esa energía incontrolable que lo
cambio todo, lo puso todo en silencio y en cámara lenta, el deseo tomo otro
rumbo y el rumbo otra rumba mas pesada mas grotesca mas perversa. Hasta ese
momento la luna maduro, hasta ese momento la luz se apago, hasta ese momento mi
memoria fallo.
Cristian Peña
Cristian Peña
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